Bolivia: Del milagro a la tarea pendiente

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Bolivia: Del milagro a la tarea pendiente

Guillermo Richter, Abogado
Agustín Casanova, Sociólogo

Se nos enseña, desde temprana edad, que Bolivia nació con un territorio que superaba los dos millones de km², pero que, a lo largo del tiempo, tras humillantes derrotas, tanto en lo militar como en lo diplomático, este ha ido reduciéndose de forma constante, llegando a los “escasos” 1.099.000 km² de nuestros días. Esta lectura de la historia, sin lugar a duda, ha minado la autoestima nacional. Es una infamia que así sea, pues, este relato, escondido en una visión formalista, constituye una lectura tergiversada de nuestra historia. En el mes de los 199 años de la independencia, necesitamos insistir en revisar el derrotismo.

Líneas contra el derrotismo

En primer lugar, a pesar de todas las pérdidas, que las repudiamos enérgicamente, Bolivia se encuentra entre los 30 países más extensos del planeta. Si pensamos que existen 195 naciones reconocidas, esto implica que, por cada país más extenso, existen seis más pequeños. La relación sería aún más sorprendente si, en vez de tomar los 195 reconocidos, tomáramos las 240 administraciones en total, incluyendo las colonias, territorios asociados y Estados no reconocidos. En palabras simples, Bolivia juega en la liga mayor. Para que tengamos una dimensión de la magnitud del territorio nacional, mencionaríamos que, en él, entrarían tres “Alemanias”, ocho “Inglaterras” y 26 “Suizas”. De hecho, ningún país situado totalmente en Europa supera el 50 % del territorio boliviano.

En segundo lugar, gran parte de los dos millones de km² reclamados por Bolivia eran territorios controversiales, debido a que, en simultáneo, se reivindicaban por nuestros vecinos. La realidad, por más que no deja de ser una, se interpreta desde diferentes perspectivas. Siendo así, no debemos asumir como perdido todo lo “no incorporado”. Somos racionales para comprender que, cuando hay contradicciones, resulta inevitable que las partes se priven de una porción de su máxima pretensión, generando, pues, una sensación de haber sufrido una mutilación. No somos los únicos. Chile siente haber perdido la Patagonia atlántica ante Argentina; Ecuador, su acceso al Amazonas ante Perú; Uruguay, las Misiones Orientales ante Brasil; Perú, Arica ante Chile y Leticia ante Colombia; Argentina, haber perdido con las independencias de Bolivia, Paraguay y Uruguay; Colombia, igual, respecto a Panamá; Venezuela, que aún no se rinde, reivindica el Esequibo ante Guyana; incluso, Paraguay, nuestro “verdugo” del Chaco, siente que perdió ante Bolivia parte de su territorio histórico en ese mismo conflicto (así como, previamente, perdió el Mato Grosso, Misiones y Formosa en la Triple Alianza). Todos los sudamericanos, salvo Brasil, que tuvo un excepcional diplomático como el Barón de Rio Branco, tenemos esa especie de “complejo de pérdida”. No queremos negar el dolor por lo perdido, muchos bolivianos dieron su vida en esa lucha, pero, haciendo la salvación, tenemos que racionalizar la historia para no sumergirnos en un derrotismo inconsecuente.

En tercer lugar, relacionado con el punto anterior, es necesario entender que la reivindicación de un territorio determinado requiere no solo argumentos “legales” sino también su control efectivo. La naciente República de Bolívar, con menos de dos millones de habitantes, era incapaz de ejercer la soberanía de facto en lo que le correspondía de iure. Presentábamos una densidad menor a un habitante por km², un indicador extremadamente bajo. La mitad de lo que presentan hoy los países menos densos del mundo (Sahara Occidental y Mongolia). Sumado a que, el Estado naciente era extremadamente débil, así como la geografía andino-amazónica colocaba enormes obstáculos (hasta el día de hoy nuestra particularidad espacial es desafiante).

En síntesis, si vamos a la historia real, Bolivia, lejos de ser un fracaso, ha sido un milagro. Objetivamente, resulta sorprendente que un país como el nuestro haya podido llegar al siglo XXI con más de un millón de km², a pesar de su pobreza, su despoblamiento, sus guerras, las intervenciones extranjeras y una geografía compleja. Nuestra historia es, ante todo, motivo de orgullo. Creemos que el problema es otro: la excesiva forma burocrática de pensar. ¿Qué significa esto? Básicamente, analizar lo que dicen los “papeles” sin tener en cuenta la “realidad”. En este caso, suponer que Bolivia tenía efectivamente dos millones de km². Esta lógica se torna peligrosa por derivar en respuestas también “burocráticas”. Recordamos, por ejemplo, cuando una parte de la derecha boliviana pretendió acabar con el MAS-IPSP a partir de la anulación de la sigla. Es, además de antidemocrático, contraproducente.

El deber de la hija predilecta

Decíamos que el territorio boliviano es un gran desafío, puesto que no es fácil comunicar un país como Bolivia, el cual va desde las montañas nevadas hasta las selvas. Una imagen icónica podríamos encontrarla en el recorrido de la Ruta 4 (Tambo Quemado (Oruro) – Puerto Quijarro (Santa Cruz)). En su extremo occidental, vemos al tío Sajama, con sus más de 6.600 msnm; mientras que, en el extremo oriental, nos sumergimos en el Gran Pantanal Sudamericano. ¡¿Podríamos imaginar un mayor contraste paisajístico que ese?! Difícil.

No obstante, esa diversidad revela, al mismo tiempo, la gran potencia de Bolivia. Nuestro país, encontrándose en el corazón de América del Sur, une a la región del Plata con los Andes, a la Amazonía con el Atacama, al Chaco con la meseta del Collao, al Brasil con Chile, etc. En esa línea, el pueblo boliviano ostenta características de todo tipo. Es un crisol cultural. Por esto, tenemos el deber de tomar las riendas del proceso integracionista. Es la tarea que debemos cumplir como la digna hija predilecta del Libertador Simón Bolívar. Estamos seguros de que, en los años sesenta, el Che escogió a Bolivia, justamente, porque comprendió que este país tiene la llave maestra para transformarse en el centro de una integración regional diseñada para el bienestar de los pueblos.

En síntesis, así como, por un lado, debemos sentir orgullo por haber llegado hasta aquí, por otro lado, también debemos entusiasmarnos con los viejos sueños aún no concretados. Ellos son las nuevas tareas. En esta misión, naturalmente, no contamos con aquellos mezquinos que, lejos de pensar en la unidad popular boliviana como la base para una unidad mucho más grande a nivel de la Patria Grande, se concentran en sus inconfesables intereses. De todos modos, no importa que no contemos con ellos, la historia misma pondrá las cosas en su lugar. Los coyunturales retrocesos no anulan la tendencia progresista del tiempo.

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