Bolivia, sin modelo de desarrollo ni visión de largo plazo
Ronald Nostas Ardaya Industrial y ex Presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia
Contrariamente a lo que puede pensarse, el
mayor riesgo de la actual crisis económica no está en la inflación ni en la
escasez de divisas. El verdadero peligro reside en las débiles perspectivas de
recuperación y en la ausencia de una visión estratégica de largo plazo.
Por más de dos centurias, nuestro país encontró
en la minería y los hidrocarburos la fuente primaria de sustento que permitió
un crecimiento moderado, y que mantuvo nuestra economía por encima de los
niveles de pobreza extrema. La reciente
debacle de la industria gasífera y el estancamiento de la producción de
minerales nos está llevando a buscar otras opciones, aunque dentro del modelo
extractivista, que hoy parece estar en proceso de agotamiento.
Hace pocos meses, la empresa Neptune Energy
anunció el hallazgo de 43 millones de toneladas de litio en Alemania; Estados
Unidos confirmó un depósito de 120 millones en Oregón y China comunicó el
descubrimiento de 490 millones en Hunan. De confirmarse plenamente estos datos,
la explotación del oro blanco dejaría de ser un negocio rentable para Bolivia,
y los 23 millones de toneladas que poseemos podrían quedarse bajo las inmensas
salinas de Potosí.
El panorama energético interno es igual de
crítico. Un estudio de la Fundación Jubileo, con cifras oficiales, ha revelado que
entre 2014 y 2025, la producción de hidrocarburos líquidos cayó en 62% y la de
gas natural en 54%, debido al agotamiento de los campos maduros y la falta de inversión exploratoria. Actualmente ya importamos el 58% de la gasolina y el 90% del diésel
que consumimos; para 2028 incluso tendremos que comprar gas natural. Según
Jubileo, el país necesita al menos tres nuevos megacampos para revertir la crisis
y cubrir la demanda interna y la exportación.
La minería tampoco está en su mejor época. De acuerdo a un
estudio de la Fundación MILENIO “Para 2023 las
exportaciones minero-metalúrgicas se redujeron de $us. 6.689 en 2022 a $us.
5.896 millones, con una caída del 12%. Las ventas de la minería privada bajaron
9%, las de la minería estatal 15% y las del sector cooperativo 32%”. La entidad
considera que el sector padece la falta de inversiones, el crecimiento de la
minería ilegal, incumplimiento de normativas ambientales, conflictos sociales,
producción estancada, escaso valor agregado y exportaciones concentradas en
pocos minerales altamente dependientes de las cotizaciones internacionales.
Aunque es innegable que, en el futuro
inmediato, nuestra economía seguirá vinculada a la explotación de minerales y
gas, necesitamos implementar un nuevo modelo de desarrollo basado en la diversificación,
la desconcentración y la participación protagónica del sector privado. Bolivia debe trascender la dependencia
extractiva y abrirse hacia un portafolio de actividades con mayor
encadenamiento productivo, eficiencia y valor agregado, concentrados en agroindustria,
ganadería, energías renovables, turismo de alto valor y tierras raras.
La agroindustria, hoy fuertemente afectada
por políticas regresivas y riesgos climáticos, puede generar 8.500 millones de
dólares por año. Solo necesita uso de biotecnología, inversión en riego y obras
hidráulicas, encadenamientos productivos, formalización, infraestructura
logística y sobre todo seguridad jurídica. En ganadería, otro sector en
crecimiento, hoy se utilizan menos de 5 millones de Has de un total de 32 millones aptas para la producción. Solo necesitamos intensificación sostenible, valor
agregado, apertura de nuevos mercados y mejoramiento del esquema de
comercialización.
El turismo, que apenas genera 800 millones
de dólares por año, puede crecer hasta los 5.000 millones si se capacita
personal, se mejora la conectividad aérea, los accesos y la infraestructura, y
se potencia el marketing internacional. Bolivia cuenta ya con 200 destinos
turísticos certificados, 18 de ellos de relevancia internacional.
La explotación de tierras raras en Santa
Cruz, Beni y Potosí, representa otra oportunidad estratégica que puede volver a
colocarnos en el centro del interés global. Bolivia es uno de los pocos países
que tiene los 17 elementos que serán esenciales en el futuro cercano para la
transición energética y la tecnología militar en el mundo, y que ya genera un
movimiento de 24 mil millones de dólares al año.
Finalmente, el hidrógeno verde no solo es
una alternativa energética, sino una de las rutas más prometedoras de
transformación industrial y exportadora para nuestro país. Debe concebirse como
parte de un plan integral de transición energética, junto con energía solar,
eólica y modernización de la industria.
Bolivia tiene recursos naturales, una
ubicación estratégica y una sociedad resiliente. El nuevo ciclo que empezamos
puede inaugurar una economía más diversificada, instituciones más sólidas y una
mayor formalidad. O puede derivar en una larga etapa de frustración y
decadencia. El futuro está abierto, y aunque la tormenta es inevitable, todavía
podemos decidir qué tipo de país emergerá después de ella.