Corrupción judicial en Bolivia: Un cáncer que devora justicia, economia y dignidad
Escrito por: Ph. D. Alfredo Eduardo Mancilla Heredia Doctor en Economía. Posdoctoral Currículo, Discurso y Formación de Investigadores Académico Nacional e Internacional

Bolivia
ocupa el segundo lugar mundial en falta de transparencia y el primero en
Latinoamérica, reflejo de un sistema judicial contaminado por redes de
corrupción. Entre subrogaciones fraudulentas para evadir impuestos, testigos
falsos que hunden a personas honestas y notarios que convierten su firma en
herramienta de despojo, el impacto social y económico es devastador. Este
artículo analiza algunos aspectos de estas prácticas, su vínculo con la
política, las herencias y el efecto directo sobre la inversión y la imagen del
país.
La
corrupción en el aparato judicial boliviano no es una exageración, es un
sistema estructurado que ha logrado contaminar todos los niveles de la
administración de justicia, reflejando décadas de impunidad, complicidad
política y prácticas mafiosas. Entre las prácticas más escandalosas están las
subrogaciones fraudulentas de deudas millonarias, avaladas por notarios que,
lejos de cumplir su rol de garantes de legalidad, actúan como piezas clave de
un esquema para evadir impuestos. Con estas maniobras, grandes montos cambian
de manos sin pagar al Estado los tributos correspondientes, alimentando la
informalidad y empobreciendo aún más las arcas fiscales. La firma de un notario
—que debería ser símbolo de fe pública— se convierte en herramienta para
blanquear operaciones dudosas y consolidar injusticias patrimoniales.
La corrupción se extiende a través de un ecosistema de complicidades: jueces
corruptos, abogados chicaneros y testigos maleantes, quienes, sin escrúpulos,
prestan falsos testimonios para dañar a personas honestas. Así, las víctimas
enfrentan no solo la injusticia de los tribunales, sino también la difamación y
el hostigamiento de redes que fabrican pruebas y distorsionan la verdad.
Especialmente dolorosa es la vinculación de estas prácticas corruptas con
herencias y sucesiones mediante testigos falsos, documentos notariales amañados
y abogados inescrupulosos, se despoja a legítimos herederos, manipulando los
procesos para favorecer a terceros que pagan por el favor judicial. La
retardación de justicia, lejos de ser un error administrativo, se utiliza como
herramienta para desgastar a las víctimas y forzarlas a negociar en condiciones
injustas.
A esto se suma la complicidad de políticos y funcionarios públicos, quienes,
lejos de limpiar el sistema, lo usan como arma de control, extorsión y
enriquecimiento ilícito. Así, la corrupción judicial deja de ser un problema
aislado y se convierte en una asociación delictuosa organizada que degrada todo
el aparato estatal.
El impacto es demoledor, la inseguridad jurídica derivada de este esquema
espanta la inversión extranjera, limita el crecimiento económico y afecta
directamente al PIB, pues el país es visto como un territorio donde todo
depende de pagar favores a redes corruptas. Bolivia se vuelve un destino poco
confiable, lo que condena a millones de ciudadanos a menos empleo y peores
oportunidades.
Frente a este escenario, es fundamental reconocer que existen abogados, jueces
y notarios honestos y competentes que defienden la legalidad con ética y profesionalismo.
Sin embargo, la triste realidad es que están siendo rebasados en número y poder
por mediocres malignos, que no dudan en utilizar cualquier recurso ilegal para
enriquecerse, aunque eso signifique destruir vidas, familias y reputaciones.
Resulta
aún más alarmante cuando estas prácticas derivan en tragedias humanas
irreparables, referenciando el caso de una persona que pasó nueve años
encarcelada por un delito de violación que no cometió, y cuya supuesta víctima
confesó años después que todo fue mentira, inducida para sostener el proceso.
¿Qué ocurre entonces con los fiscales, abogados, jueces y policías que fallaron
en garantizar una investigación seria y objetiva? ¿Quién resarce o compensa el
encierro en términos morales, económicos y sociales para que ese inocente pueda
reinsertarse dignamente en la sociedad? Este ejemplo refleja la urgencia de
transformar el sistema judicial no solo para castigar culpables, sino para
proteger verdaderamente a los inocentes.
Este es
el dilema que enfrenta Bolivia: Seguir secuestrada por mafias judiciales o
recuperar la dignidad nacional, construyendo un sistema donde la ley vuelva a
ser sinónimo de justicia, no de negocio. La corrupción judicial no solo roba
dinero, roba futuro, credibilidad y la confianza más esencial entre ciudadanos.
Bolivia necesita, con urgencia, que la ética vuelva a ocupar el centro del
Derecho y que los profesionales honestos sean apoyados, protegidos y
fortalecidos para que no sigan siendo minoría frente a las redes delictivas que
hoy dominan la justicia.