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Cuando las obras incomodan: la otra cara del progreso

Por Sebastián Murillo Ortiz

Cuando las obras incomodan: la otra cara del progreso

En tiempos donde la inacción suele camuflarse con discursos vacíos, hacer obra pública real se ha convertido en un acto de resistencia. La ejecución del proyecto de las 500 cuadras en Trinidad —uno de los más ambiciosos de las últimas décadas— no solo está transformando el paisaje urbano de la ciudad, sino también desenmascarando a quienes prefieren la parálisis como estrategia política.

Esta semana, el alcalde Cristhian Cámara fue citado a declarar por la Fiscalía, a raíz de una denuncia que gira en torno a este mismo proyecto. Una acusación que, a simple vista, no resiste análisis técnico ni jurídico, pero que sí cumple con un objetivo político: frenar el impulso de una gestión que ha decidido no quedarse en promesas.

La escena fue reveladora. Minutos antes de declarar, Cámara fue rodeado por vecinos, dirigentes y ciudadanos comunes que dejaron de ser espectadores para convertirse en protagonistas del respaldo popular. No fue una movilización organizada con buses ni promesas. Fue un gesto genuino de quienes ven en el pavimento que se coloca, en el polvo que se levanta y en el asfalto que se fragua, una señal de avance.

Pero ¿por qué el progreso incomoda?

Porque una obra inaugurada es una evidencia inapelable. Porque el concreto no se borra con titulares. Y porque cuando las máquinas se encienden, los relatos sin gestión se apagan.

La judicialización de la política no es nueva, pero preocupa más cuando se convierte en el único recurso de quienes no tienen propuestas. Lo que estamos viendo en Trinidad no es una simple disputa administrativa, es una batalla por el relato. Una lucha entre los que construyen y los que prefieren que nada cambie, porque en el estancamiento se sienten cómodos.

Negar la transformación que vive la ciudad sería una necedad. Calles como la Av. Beni, Juan Barturén, Hermanos del Castillo y próximamente la José Boppi o la principal de Nueva Trinidad, están dejando de ser rutas de tierra para convertirse en verdaderos corredores urbanos. Y eso no es ideología, es gestión.

Claro que todo gobierno debe rendir cuentas, y está bien que así sea. Pero cuando los procesos pierden rigor técnico y se convierten en herramientas para el bloqueo, no estamos ante fiscalización, sino ante sabotaje.

 

Trinidad está cambiando.

Y quizás eso es lo que realmente molesta.

Que, por una vez, el cemento hable más fuerte que el discurso.

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