El lorito del coronel
Por: Hugo H. Padilla Monrroy
Era un distinguido caballero de alto grado de los Carabineros de Bolivia, noble, leal y honrado. Murió pobre y se mantenía con su sobria jubilación. Amante de su familia, la casa de su hijo menor, Hugo, era su cobijo y morada, donde pasaba sus días de descanso en jubilación. No dejó herencias ni riquezas, solo el ejemplo de buen vivir, enseñando a hijos y nietos que la mayor recompensa por la vida es el recuerdo de sus días de honradez y buen ejemplo, mientras otros de sus colegas ostentaban propiedades.
Amante de los animales, en su tiempo de vivencia en Sucre, tuvo un criadero de canarios que eran su pasión y devoción. Le gustaba la crianza de gallinas y de todo animalito que llegaba a su custodia. En los últimos años de su vida, crió a la puerta de su departamento un loro criollo, loro verde (Amazona farinosa), también conocido como loro real. Lo llamaba "Loro Lorenzo", y fue regalado por su amigo Nadir. Todas las mañanas y por la tarde, le proveía de alimento y agua en su pedestal, asiento de su cautiverio. Tanto cariño le tenía que era dedicado custodio de su bienestar. El animalito no volaba ni bajaba al piso; si alguna vez lo hizo, ahuyentaba de manera enérgica a los perros custodios del hogar, siempre respetado por ellos. Le gustaba repetir aquellas palabras clásicas que se le enseñaron a parlotear como: "lorito real, saca tu real, compraremos tabaco para fumar", y también saludaba con los “buenos días”.
Cada cierto tiempo guturaba su clásico garrir (sonido emitido por los loros). Para el jubilado coronel de los antiguos Policías y Carabineros de Bolivia, que con orgullo y especial egolatría sustentaba tal grado institucional y denominación, tenía como distracción a ese fiel amigo y compañero en las horas de soledad. Cada vez que lo veía pasar cerca de su confinante estar y lorera, Lorenzo le sacudía las alas en señal de saludo. Si hubiera podido, le hubiera saludado al estilo militar, por la similitud de colores que vestían: el coronel, su amado verde olivo, y su fiel compañero, el verde claro de su estirpe, como cotorra, guacamayo, perico y otras denominaciones universales. Lorenzo era quizá especial, de un plumaje brillante y suave que se alisaba permanentemente para mantener su real prestancia, con decoraciones de plumillas amarillo claro alrededor de los ojitos. Llegó el final de los días del anciano coronel. Muy santamente dejó este mundo en una madrugada de un 20 de noviembre, dejando en tristeza a su hijo, su nuera y sus nietos, con quienes pasó sus años de vejez y jubilación. Situación extraña: desde el día del fallecimiento del dueño del verdoso animalito, este no emitió su clásica voz gutural ni sonido alguno, no parloteó sus clásicas palabras de agrado ni sus saludos, cosa muy rara para la familia. El nieto mayor quedó de manera voluntaria como heredero del habitante chillón de la morada familiar, y proveía la alimentación y su dotación de agua de manera normal. La mascota del coronel quedó muda, seguramente extrañando a su dueño y amigo. Habían transcurrido nueve días desde el fallecimiento. Por tradición de la fe católica y costumbre, debería realizarse la misa de fin del novenario fúnebre, así que la familia, el día indicado, se aprestó a cumplir la obligación religiosa. Eran las 19:45 horas del día 28 de noviembre. Después de la cena, toda la familia doliente se aprestaba a dirigirse a la Iglesia Catedral de la Santísima Trinidad, cuando de manera inesperada, Lorenzo empezó a nombrar con palabras claras y con su gutural voz a cada uno de los miembros de la familia, empezando por el hijo Hugo, la nuera Anita, y los nietos Pochy, Maury, Ane, Carol y Gaby.
Todos quedaron mudos y mustios de sorpresa ante tan insólito evento. Miradas de tristeza, zozobra y desconcierto cruzaron el ambiente del comedor donde se encontraba la familia. Fue una despedida real, verdadera, llena de amor por su familia amada. Fue Lorenzo el interlocutor por su afinidad de vida en paralelo del tiempo, por su inocencia, por su mutuo amor, esa relación entre lo espiritual y lo humano. Ese fue el medio que escogió el padre y abuelo para despegar desde lo físico hasta la etapa inmediata a la vida, la morada de los justos, ese espacio infinito que se pinta azul en la inmensidad por el día y se pinta negro con la espléndida presencia de las luces en estrellas, que nos muestran la comparecencia de ellos, nuestros antepasados, en su recuerdo astral. Al día siguiente de esa sublime experiencia, Lorenzo bajó de su permanente habitáculo, su lorera, y seguramente se dirigió a la puerta del dormitorio del patrón, en su búsqueda.
Allí fue atacado por uno de los canes, no ofreció resistencia como en otras ocasiones y se entregó a las fauces del verdugo sabueso. Ahí quedó Lorenzo. Quiso seguir en el camino del destino al coronel. ¡Noble gesto de tributo a la amistad y a la gratitud!, rendido por un ser a otro ser de diferente género que se hermanaron en vida. Este relato a manera de cuento sucedió, siendo recordado en familia. Lo divulgo con las reservas de la credibilidad que sostengo como una evidencia cierta y verdadera. En recuerdo de mi amado padre y su fiel compañero de jubilación y quizá nostalgias en soledad, el fiel Lorenzo, el de las alas que no volaron en la tierra, que sí volaron en espíritu para dar alcance a su custodio terrenal. Trinidad, 2 de julio de 2024.