Empatía y resiliencia: Pilares para una economía humana y ambiental sin discriminación
Escrito por: Autor: Dr. Alfredo Eduardo Mancilla Heredia. Ph. Doctor en Economía. Posdoctoral en Currículo, Discurso y Formación de Investigadores

En un mundo marcado por las desigualdades, por lo falaz de las “inversiones” asociadas al multiplicador del ingreso y los distintos tipos de crisis ambiental, se hace imperiosa la necesidad de replantear los fundamentos y la reflexión en el campo de la economía, particularmente en el enfoque hacia adentro (intra economía). Más allá de los indicadores de crecimiento y acumulación de riqueza, la verdadera prosperidad de las naciones radica en construir una economía humana y ambiental, guiada por los principios divinos del amor, la fe y la esperanza, siendo la empatía y la resiliencia virtudes esenciales para forjar sociedades justas, inclusivas y sostenibles.
Comprender y/o respetar (valorar) para transformar, enfocando la capacidad de ponerse en el lugar del otro, es un elemento clave para erradicar la discriminación y promover la equidad. Una economía empática prioriza las necesidades humanas y ambientales, reconociendo que cada ser humano tiene un valor intrínseco que va más allá de su capacidad productiva. Esta perspectiva tiene el don de impulsar políticas públicas que protejan a los más vulnerables, fomentando la justicia social y restaurando paulatinamente los ecosistemas dañados por modelos extractivistas.
Por otro lado, la fortaleza para renacer denominada resiliencia, permite a las comunidades sobreponerse a las adversidades y reinventarse en armonía con la naturaleza y el trabajo colaborativo generador de agenda que promueve sinergias. Una economía resiliente promueve prácticas regenerativas, valoriza los saberes ancestrales y adopta innovaciones tecnológicas que favorecen la sostenibilidad. Así, las sociedades pueden enfrentar los desafíos globales sin perder de vista su esencia solidaria y su compromiso con las futuras generaciones (equidad generacional).
La economía no solamente tiene que ser enfocada en la racionalidad y cumplimiento de roles que puedan tener los agentes económicos, La economía tiene que ser sinónimo de amor y riqueza en el marco de la evolución espiritual y no solamente infraestructural, de tecnología y/o gestión del conocimiento, ya que, la verdadera riqueza no se mide únicamente en términos materiales, sino en la capacidad de una sociedad para cultivar la cultura y evolucionar espiritualmente. La economía del amor nos invita a actuar con compasión, generosidad y respeto hacia todas las formas de vida, reconociendo que cada gesto de bondad y cada esfuerzo por el bien común multiplican el valor espiritual.
La riqueza, en este sentido, es el reflejo de una comunidad que ha trascendido por dejar de lado el egoísmo para abrazar su misión colectiva de crecimiento integral con ética para la sostenibilidad en la toma de decisiones responsables, cuidando la perspectiva de largo plazo.
La ética orientada a la sostenibilidad nos llama a respetar los límites del planeta, a preservar la biodiversidad y a garantizar que las generaciones futuras puedan disfrutar de los dones de la creación. Actuar con rectitud y justicia en cada transacción económica, en la política ambiental y en la relación comunitaria es esencial para mantener el equilibrio entre desarrollo y preservación de la vida en todas sus manifestaciones.
El amor nos invita a actuar con compasión y generosidad, priorizando el bien común sobre los intereses particulares. La fe nos brinda la convicción de que un cambio es posible, aún en los momentos más oscuros; y, la esperanza nos inspira a seguir construyendo un mundo más humano y alejado de la hipocresía, confiando en que cada pequeña acción cuenta para la transformación colectiva, sin perder el propósito que tiene el paso del vivir al existir en respeto profundo a Dios, por la capacidad de incorporar la empatía, la resiliencia y el cumplimiento de los mandamientos supremos destinados a consolidar la paz, justicia y plenitud.