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Gerencia de alto nivel, dependencia y saqueo en los países pobres

Gerencia de alto nivel, dependencia y saqueo en los países pobres

Gerencia de alto nivel, dependencia y saqueo en los países pobres



Autor: Post Ph. D. Alfredo Eduardo Mancilla Heredia

Doctor en Economía. 

Posdoctoral Currículo, Discurso y Formación de Investigadores

Académico Nacional e Internacional

Periodista APC - ANPB

alfredomancillaheredia@gmail.com


los discursos oficiales suele hablarse de desarrollo, crecimiento, soberanía y progreso. Sin embargo, en vastas regiones del mundo, particularmente en los países pobres descritos por Paul Collier como integrantes del llamado club de la miseria, esas palabras han sido vaciadas de contenido por una realidad demoledora. Se trata de Estados ricos en recursos naturales pero empobrecidos por una gerencia de alto nivel que no gobierna para sus pueblos, sino para intereses externos.

Collier demostró que la pobreza extrema no es solo resultado de la falta de recursos, sino de malas decisiones políticas, conflictos, corrupción y Estados débiles. Pero detrás de estas causas hay un actor central que rara vez se señala con suficiente fuerza. Se trata de las élites gobernantes. Presidentes, ministros, altos funcionarios y directores públicos que, teniendo en sus manos el destino de sus países, optan por administrar la dependencia en lugar de construir soberanía.

En muchos de estos países, la gerencia de alto nivel no es simplemente incompetente. Es funcional al saqueo. Se gobierna para facilitar concesiones mineras desventajosas, contratos petroleros lesivos, privatizaciones estratégicas y endeudamientos que hipotecan generaciones enteras. Mientras tanto, los recursos como el oro, el petróleo, el litio, los diamantes y el gas fluyen hacia las economías desarrolladas, y la pobreza se queda en casa. La tragedia es profunda. Países inmensamente ricos en naturaleza, pero políticamente pobres en liderazgo.

Este modelo no pertenece solo a África. América Latina, aunque no siempre en condiciones tan extremas como el club de la miseria, vive atrapada en su versión regional, el club de la dependencia. Desde la colonia hasta hoy, la región ha sido especializada como exportadora de materias primas. Cambian los productos como la plata, el caucho, el petróleo, la soya o el litio, pero no cambia la lógica. Se vende barato lo que vale mucho y se importa caro lo que no se produce.

En este contexto, la gerencia de alto nivel en muchos países latinoamericanos ha sido más administradora del subdesarrollo que estratega del desarrollo. Gobiernos que hablan de soberanía mientras firman tratados asimétricos. Gobiernos que prometen industrialización mientras refuerzan el extractivismo. Gobiernos que invocan al pueblo mientras protegen a pequeñas élites económicas. El Estado, en lugar de ser motor de transformación, termina siendo una plataforma de transferencia de riqueza hacia afuera y hacia arriba.

Bolivia es un caso paradigmático. A lo largo de su historia ha alimentado al mundo con su plata, su estaño, su gas y hoy su litio. Y, sin embargo, durante siglos su población fue condenada a la pobreza. El saqueo colonial continuó bajo formas modernas durante el periodo neoliberal, cuando la gerencia de alto nivel entregó empresas estratégicas y recursos naturales en nombre del libre mercado. El resultado fue pérdida de soberanía, exclusión social y una economía frágil.

El ciclo posterior de recuperación estatal buscó corregir esa historia, pero aún persiste una gran contradicción. Se recuperó al Estado como propietario, pero no se transformó de fondo el modelo. Bolivia sigue dependiendo de la exportación de recursos sin valor agregado, sin dominio tecnológico pleno y con una burocracia que muchas veces reproduce la mentalidad extractivista de corto plazo. El litio, presentado como la gran esperanza nacional, corre el riesgo de convertirse en otro capítulo del viejo drama si no se convierte en industria, ciencia y tecnología propias.

Aquí el problema ya no es solo económico, es gerencial. No basta con tener recursos, hay que tener dirección estratégica. No basta con discursos soberanistas, hacen falta capacidades técnicas, liderazgo ético y visión de largo plazo. La verdadera independencia no se logra con banderas ni consignas, sino con gerentes públicos capaces de transformar riqueza natural en desarrollo estructural.

Mientras la gerencia de alto nivel siga subordinada a intereses externos, mientras el Estado siga capturado por redes de poder y corrupción, mientras se gobierne para sobrevivir políticamente y no para transformar históricamente, Bolivia y América Latina seguirán girando en el mismo círculo. Exportar riqueza e importar dependencia.

El siglo XXI no enfrenta solo una disputa económica, sino una disputa por quién dirige el Estado, para quién lo dirige y con qué proyecto de país. Sin una nueva gerencia pública, formada en ética, soberanía, ciencia, industria y compromiso real con el pueblo, no habrá desarrollo sostenible ni justicia social. Solo habrá nuevas versiones del viejo saqueo, con otros nombres, otros contratos y las mismas víctimas de siempre.

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