La corrupción es parte de la crisis
Escrito por: Ronald Nostas Ardaya/ Industrial y ex presidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia
El
Índice de Percepción de Corrupción 2024, elaborado por Transparencia
Internacional (TI), asigna a nuestro país un puntaje de 29/100, situándonos en
el puesto 133 de los 180 países evaluados, y ubicándonos como uno de los peores
del continente.
Esta
evaluación, que mide comportamientos como el soborno, malversación, nepotismo,
debilidad de las instituciones, ética, impunidad, carga burocrática, leyes
adecuadas, acceso a la información y protección de denunciantes, se ha
mantenido para Bolivia en un rango de entre 20 y 35 en los últimos 25 años, y
es consistente con otras encuestas como el Latinobarómetro 2024 que califica al
país con 7.8/10 en el nivel de corrupción, y la encuesta IPSOS CIESMORI de
diciembre de 2024, que la coloca como el tercer problema de preocupación
pública, después de la crisis económica y sus efectos, y la inseguridad
ciudadana.
El
impacto de este delito es devastador para la inversión, la cohesión social, la
estabilidad política, los recursos públicos y la economía. Un estudio del BID
de 2019, estima que su prevalencia significa hasta un 6,3% del PIB boliviano,
lo que bordearía los 3.000 millones de dólares anuales, aunque el daño integral
es incalculable.
Transparencia
Internacional considera como las principales causas para el sostenimiento de la
corrupción: la concentración del poder en el Órgano Ejecutivo, el crecimiento
del autoritarismo, la falta de independencia del poder judicial y el limitado
acceso a la información pública. Otros
estudios incluyen el incumplimiento de la ley, impunidad, falta de
transparencia fiscal, bajos sueldos en el sector público, excesiva burocracia,
contrataciones directas y discrecionales y una gobernanza débil en las empresas
estatales.
En
los últimos 19 años, los gobiernos implementaron una serie de medidas para
combatir la corrupción, como la Ley Marcelo Quiroga, la creación del Ministerio
de Transparencia y de unidades anticorrupción en las entidades públicas, la
promulgación de varias leyes y decretos sobre la materia, y la institución de
fiscalías especializadas y de nuevos tipos penales. Sin embargo, las decenas de
escándalos ocurridos en los últimos años y las cifras señaladas antes, muestran
que estas políticas han fracasado.
Evidentemente,
nos encontramos frente a un problema estructural que se ha fortalecido con el
modelo populista, que extendió la corrupción hacia las organizaciones sociales
y la naturalizó en la gestión pública, a través de gastos sin fiscalización,
eliminación de la meritocracia para acceder a cargos públicos jerárquicos,
monopolios estatales y proyectos impunemente deficitarios.
La
dimensión de la crisis es tal que, si pretendemos que Bolivia tenga viabilidad,
debemos ser capaces de enfrentar las raíces de la corrupción, disminuyendo el
control estatal sobre la economía, endureciendo las sanciones y persiguiendo
con el mismo rigor a corruptores, corruptos y cómplices.
Debemos
modificar la Ley SAFCO, la Ley Anticorrupción, el Estatuto del Funcionario
Público, la Ley del Control Social y la Ley de Empresas públicas. Requerimos
aprobar nuevas normas sobre las contrataciones estatales y el acceso a la
información pública; abrir a la vigilancia ciudadana los procesos de compras,
contrataciones y asignación de permisos y licencias y; sobre todo, acelerar la
implementación del gobierno electrónico que automatice los procesos y disminuya
el contacto entre los funcionarios y los ciudadanos en la realización de
trámites.
La
corrupción crece cuando las instituciones se debilitan, por ello es
imprescindible garantizar la independencia del sistema judicial, acabar con los
interinatos en las entidades descentralizadas, despolitizar la Contraloría
General y la Procuraduría del Estado y eliminar las Unidades de Transparencia,
ya que encargar la vigilancia de funcionarios públicos a otros igualmente
dependientes de nombramientos partidarios es contradictorio e irracional.
Pero
también es preciso eliminar la tolerancia social a través de programas
intensivos de educación y sensibilización, de mecanismos que combatan y
denuncien la micro corrupción y de espacios que expongan a los que cometen
estos delitos.
La
corrupción debe ser tratada con la misma severidad que la violencia y el
narcotráfico, y para reducirla requerimos un enfoque integral que combine
tecnología, reformas legales, fortalecimiento institucional y un cambio
cultural. Los ejemplos internacionales muestran que con voluntad política y
compromiso ciudadano es posible transformar sistemas ineficientes en
estructuras transparentes y funcionales.
Por
eso debemos exigir a los candidatos propuestas claras y concretas para
disminuir este flagelo, más allá de las acusaciones y las generalidades, con la
certeza de que, si no somos capaces de parar este cáncer social, ningún plan
económico, político o productivo podrá sacar a Bolivia del atraso y la
injusticia.