La lección que el capi Lara no quiere aprender. Cuando el cambio huele a lo mismo
Por: Luzgardo Muruá Pará Periodista

Hay lecciones que algunos no aprenden ni con megáfono en mano. Apenas unas horas después de que Bolivia respirara un aire más limpio después de tanto tiempo, apareció Edman Lara —el excapitán de Policía al que se le atribuye la victoria del PDC— con un arsenal de amenazas, insultos y vituperios que creíamos enterrado, algo que los bolivianos estamos hartos.
Lara comete el clásico error de todo principiante: falta de humildad, soberbia inflada y ese aire de «Yo ya gané. Corónenme» que suele ser el preludio de un gran tropiezo. No sería la primera vez que vemos a alguien celebrar antes de tiempo: pregúntenle sino a Sami, pregúntenle a Manfred , que terminaron viendo los resultados desde el sofá, cuestionándose en qué momento se les esfumó el poder prometido por las encuestas.
Pero lo preocupante no es solo la jactancia del capi Lara. Es la incoherencia y las contradicciones que van apareciendo como manchas en una camisa blanca. Lara prometía encarcelar a Evo Morals y le lanzaba improperios cuando no era candidato; ahora calla y esquiva las preguntas de la prensa. Criticaba a su propio compañero Rodrigo Paz por casos de corrupción cuando fue alcalde de Tarija y ahora dice que es «guerra sucia». Hablaba de enjuiciar al coronel Erick Holguón, aquel comandante que le torcía el cuello delante de las cámaras, y ahora resulta que no se acuerda.
¿Les suena familiar este patrón? ¿Recuerdan a aquel que incumplió decenas de veces su palabra y ahora está auto-recluido en Lauca Ñ? Alguien que incumple su palabra o es desleal no es de fiar. Es exactamente el mismo libreto: una cosa se dice en campaña y otra muy distinta se hace en el poder. Esa es la vieja escuela del fariseísmo político que tanto daño le ha hecho a nuestro país: decir una cosa, pero hacer otra. Es lo que ha alimentado la desconfianza crónica de un pueblo.
Aquella tenacidad para enfrentar a los jefes policiales, aquel valor para denunciar la corrupción, fue lo que muchos bolivianos vieron como un acto de honestidad, de valentía, de honor genuino en Lara. Eso era lo que daba esperanza. Pero ahora esa imagen se desvanece como azúcar en el agua. Y hoy ocurre, como en el juego del cacho, lo que se ve se anota. Y esto ya no es ‘guerra sucia’.
La política no perdona estas volteretas. Todo vuelve. Las promesas rotas, los insultos lanzados al aire, las lealtades traicionadas... todo regresa como un boomerang. Y la memoria del votante, aunque a veces parezca frágil, no es tan corta como algunos creen.
El lenguaje áspero y casi silvestre de Lara no es una muestra de fuerza, sino de vacío. Ese vocabulario revela algo más profundo: la ausencia de lectura, el vacío de algunos libros elementales que todo ciudadano debería haber digerido. La falta de humildad y el engreimiento son, casi siempre, hijos de una mente desierta.
Lo que muchos vieron en Lara -valentía, carácter, honestidad— empieza a diluirse. La imagen del policía rebelde que enfrentaba a sus jefes corruptos se va desdibujando, reemplazada por la de un caudillo de bolsillo, más preocupado por imponer que por proponer. Así, difícilmente podrá sostener la confianza de quienes le dieron su voto como una señal de cambio.
En vez de renovación, se siente continuismo. En vez de frescura, tufillo a coca. «DunnyLarhubieran sido una dupla de lujo», aseguraban algunos. Bien por Dunn, al no estar.
Bolivia necesita liderazgos serenos e inteligentes, no pendencieros. Gente que sume, no que divida. Discursos que construyan, no que demuelan. Si Lara no aprende rápido esa lección, el mismo aire limpio que trajo la elección podría volverse un viento que lo arrastre fuera del tablero.