La Tragedia de 30 Bolivianos: Un Final Silencioso
Escrito por: Sebastián Murillo Ortiz

Es una historia que se susurra, como un secreto que pesa más de lo que se dice, y aunque no lo crea nadie, esa noche, todo empezó con 30 bolivianos. Tres billetes de diez, nada más. Pero esos tres billetes eran todo para él. No era solo dinero: eran su regreso a casa, su oportunidad de tener algo caliente en el estómago, una medida mínima de dignidad.
Lo vi de lejos, como un espectador que observa el destino de otros sin poder intervenir. El hombre caminaba por la acera, con la mirada fija en sus billetes. Quizás planeaba algo, o tal vez ya no pensaba en nada, solo en llegar a su destino. No lo sé. En un abrir y cerrar de ojos, esos tres billetes desaparecieron. ¿Se cayeron? ¿Se los robaron? No se supo nunca. La incertidumbre, como una sombra, quedó flotando en el aire. Pero lo que sí supe, al instante, es que algo se quebró dentro de él.
Fue un instante corto, pero eterno. No gritó, ni reclamó, ni siquiera maldijo su suerte. Solo se quedó quieto, mirando el espacio como si esperara algo que no llegaría. Era como si la vida se hubiera desvanecido en ese preciso momento, al igual que los billetes que ya no estaban. La falta de reacción fue aún más desgarradora que cualquier grito. No hubo resistencia, solo una rendición silenciosa.
Vi cómo comenzó a caminar más despacio, su cuerpo se arrastraba con pesadez, como si los mismos pasos le costaran cada vez más. La noche lo envolvía, y con ella, el hambre y el cansancio lo golpeaban con mayor fuerza. Pensó, claro que pensó, pero sus pensamientos ya no eran sobre lo que había perdido, sino sobre lo que ya no tenía fuerza para buscar. En sus ojos solo quedaba un vacío. Como si el mundo se hubiera reducido a un agujero oscuro donde todo desaparecía.
Al final, cuando la vida parecía haberse ido con los tres billetes, se sentó en una esquina, frente a un muro invisible. Sus ojos se perdieron en el horizonte, mirando el vacío con una calma que solo el abandono puede generar. Ese fue su último gesto. Un hombre que en ese momento no era más que una sombra de sí mismo, esperando una salida que nunca llegó.
Todo por 30 bolivianos. Todo por esos tres billetes que alguien creyó que no valían nada.
Pero pasó. Y con ellos, se fue una vida.