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MILAGRO EN EL YOMOMO: EL PILOTO QUE ENFRENTÓ AL DESTINO

Por Alicia Guardia

MILAGRO EN EL YOMOMO: EL PILOTO QUE ENFRENTÓ AL DESTINO

Esta es la historia de Pablo Velarde, un joven piloto que sobrevivió a la caída de su avioneta en el Beni y logró mantener con vida a sus pasajeros durante más de 48 horas, entre caimanes, oscuridad y desesperanza.

“Estoy feliz de volver a casa, de estar con mi familia”, dice Pablo con la voz suave pero firme.

Apenas han pasado unos días desde que él y cuatro pasajeros fueron encontrados con vida tras estrellarse en una zona pantanosa del Beni, conocida como el Yomomo. Su historia parece sacada de una película, pero es real.

Su serenidad contrasta con la angustia que vivió en aquel vuelo que parecía rutinario, uno más en su trabajo como piloto independiente. La rutina de Pablo era simple, aunque desafiante: cada mañana se dirigía al aeropuerto esperando recibir el llamado de alguien que necesitara volar.

"La rutina diaria de todos los días es estar en el aeropuerto y todo el día uno para allá trabajando", menciona Velarde.

Ese día no tenía ningún vuelo programado, pero una llamada lo llevó a realizar uno de tipo humanitario desde Baures. Preparó la avioneta, cargó combustible, pidió los permisos y despegó. Todo parecía en orden. "Emprendí el vuelo hasta que llegué allá con toda normalidad" comenta Velarde. 

Pero, de regreso, a los 25 minutos del vuelo, algo falló. El motor comenzó a perder potencia. Pablo, con la sangre fría de quien ama volar y está entrenado para lo peor, evaluó su entorno.

“Gracias a Dios vi una pampa a 90 grados a la izquierda”, recuerda. Pero no era una pampa: era un ‘curichi’, un pantano. Con la habilidad de un piloto experimentado, logró planear el avión hasta ese punto.

Cortó el motor y todos los sistemas por seguridad. “En el momento del aterrizaje, el avión se encapotó”, cuenta. A pesar del impacto, todos salieron con vida. Pablo fue el último en salir, estaba todavía atado a su cinturón de seguridad.

Allí comenzó la verdadera prueba: sobrevivir. En medio del agua, con el avión volcado, sin comida ni refugio, subieron a la panza del fuselaje para mantenerse secos. “Toda la noche parados, el agua nos llegaba a las canillas. No podíamos ni sentarnos”, relata.

Aparecieron los caimanes. Uno se quedó toda la noche en la cola del avión, otro se acercó zigzagueando por el costado. Solo el olor del combustible los mantuvo alejados.

 

Al amanecer, Pablo se zambulló en el agua y recuperó maletas: halló un botiquín, un machete y una bolsa de chivé, intacta.

Improvisaron asientos con el equipaje, priorizando al niño enfermo que viajaba hacia Trinidad para recibir atención médica. “Era lo primero: cuidar al niño, que no se moje”, enfatiza.

El sol los castigaba, y no podían beber agua del pantano contaminado. La segunda noche fue aún más aterradora: una sicurí (anaconda) apareció, emergiendo con la cabeza fuera del agua, observándolos sin moverse, como vigilando.

Pablo la iluminaba con la linterna de su celular para espantarla, era el único que tenía con batería.

Desde el aire, las aeronaves de rescate no lograban divisarlos. El avión volcado tenía las alas sumergidas, y las señales de los sobrevivientes eran invisibles desde arriba. Aun así, no perdieron la fe.

Se dieron ánimo, entre el miedo y el hambre, repitiéndose que pronto los encontrarían. Finalmente, el milagro ocurrió, fueron hallados. Los primeros en auxiliarles fueron unos pescadores, un hombre los localizó con un dron y por último personal de la Fuerza Aérea los rescató en un helicóptero.

La noticia corrió por toda Bolivia, la gente celebró, pero pocos sabían lo que realmente había ocurrido entre la selva, el pantano y los depredadores. Pablo nos lo contó de forma sencilla. Ese joven piloto de sonrisa tímida, se convirtió en héroe silencioso.

Hoy, en la tranquilidad de su hogar en Trinidad, recuerda cada segundo con claridad, pero también con humildad.

“Solo pensaba en controlar el avión y salvarnos. No había tiempo para otra cosa”, dice. Su historia, tejida con coraje y humanidad, es un testimonio de esperanza. Una luz que brilló en el corazón del Beni.

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