Poemas de El cazador de sueños

Autor: Homero Carvalho Oliva

Poemas de El cazador de sueños

(Poemario inspirado en las tradiciones y leyendas de los pueblos de Mojos)

Los paketpas también somos beysikwampa, soñadores. El sueño nos permite entrar en el bawrawa:wa, el alma de la gente, que es una parte pequeñita del alma de los pueblos. Desde niños fuimos entrenados para llamar a los sueños y para interpretarlos. Los sueños se dominan con palabras y por eso somos grandes cazadores de palabras, porque debemos tener sabiduría al hablar, así como los cazadores cuando eligen al animal que irán a cazar. Las palabras convocan y vienen con el sueño, el beysi bienhechor, donde nos llegan como lluvia de imágenes. En los mismos sueños debemos reconocer cuáles son las apropiadas para contar las historias que habrán de narrarnos para siempre. Al despertar, las palabras ya forman parte de nuestro vocabulario. (…) De nosotros, los paketpas, los contadores de historias, no hablan los cronistas de la Colonia porque éramos la competencia. Éramos los profetas, los que supuestamente adivinaban el futuro; en realidad, lo que hacíamos era advertirles los sueños para que las cosas vayan sucediendo. Éramos la palabra, el verbo, la voz, los que hacíamos los cuentos, los ajarawa:nas, las narraciones de nuestras naciones. Somos los portadores de la nostalgia de lo sagrado, de la melancolía de nuestros orígenes, de la saudade de lo que vendrá.

Invocamos a las palabras que nombran el mundo, las que lo crean y lo reproducen. Decimos flor y estamos preñando la tierra para que nazca con el esplendor de sus pétalos. Las cosas, los animales, las plantas y los seres humanos aparecen al conjuro de sus nombres, porque los nombres nos remiten a su esencia. Con esas palabras voy a contarles la historia de mi pueblo y la de otras naciones que habitaron el territorio de los Mojos. (…) Dominábamos los secretos de la madera porque rogábamos permisos a los espíritus de los árboles para construir canoas, lanzas, para encender un fuego y cocinar o para calentarnos en las noches frías o simplemente para iluminar las tinieblas. La madera del Toolem era para teñir de amarillo, la del Tahaule para fabricar vasos y flautas, la del Milindi para hacer fuertes y duraderos trapiches, la del Máslan para curar úlceras a través de infusiones y…tantos árboles, de maderas finas y generosas, cuya infinita variedad hizo que Lázaro de Ribera, un ilustre gobernador del siglo dieciocho, mandara escribir para la posteridad el Libro de la madera, ahora perdido en la maraña de los Archivos de Indias, en España, cuyas observaciones sirvieron, en su época, de inspiración para el Taller Real de la Madera y la Real Botica de Bálsamos.

Antes, en los Reinos Dorados, cuando los hombres y la selva éramos uno, en la época del Gran Paitití, cuya capital era tan grande que la calle de los plateros medía un sinfín de pasos, cuando la gente de la montaña y del mundo de afuera nos conocían como el país de la abundancia, escribíamos en arcilla, lejos de adivinar que nuestras memorias se las llevaría la inundación que destruyó todo lo aprendido y conocido en esa cultura ahora enigmática. De esa memoria los paketpas poseemos una intuición mística, y por eso afirmamos que en esos tiempos sabíamos que había que escuchar las voces del viento y leer los mensajes de las estrellas para vivir en paz. Sabíamos que cada quien debía tener ni más ni menos que lo que necesitaba. Ahora, nuestra ambición es tan grande que ya queremos conocer el universo ¿Para qué querer ir hacia el sol, si el sol viene a nosotros?

Fuimos más de setenta pueblos habitando las orillas de los grandes ríos en un vasto territorio de pampas y bosques. Nos movíamos de acuerdo al curso de las aguas. Los ríos eran nuestros caminos y el agua nuestro transporte. En nuestra cosmografía el río era el centro de nuestro mundo; los ríos definían los territorios y sus habitantes, éramos los súbditos naturales del Mamoré, del Yacuma, del Iténez…El país de los ríos caudalosos y tanto amábamos nuestra tierra que el destierro era el peor de los castigos. ¿Qué tendrán las tierras mojeñas que convocaron y siguen llamando a tanta gente, animales, plantas y seres del universo?

La música era sagrada para nosotros, era nuestro enlace con los espíritus. La danza era el rito y los cuerpos el ritual. Todo lo extraño y sobrenatural era explicado en las danzas nocturnas alrededor de un fuego que era nuestro centro ceremonial. Danzábamos para que el mundo y el universo se nos revelaran en cada paso. La danza abría la puerta del delirio y las ventanas a la sabiduría. (…) En los lugares sagrados, ahora arrasados por las ciudades, vivían dioses y potencias de la naturaleza. Los ladrillos, el cemento y los pasos los fueron enterrando en sus propias aguadas y sus desaparecidos montes. De vez en cuando, alguno de los espíritus se libera de la tierra aprisionada y sucede la leyenda que nos recuerda que hay que contarla antes de que el olvido se la lleve. Es entonces, que nosotros, los aventureros de las palabras, poseídos por la más indómita curiosidad, tomamos el idioma español para, desde el reverso de la ciudad, decir cosas que no son españolas y romper el hechizo del encantamiento del cemento que el futuro ha lanzado sobre la humanidad. El espíritu primitivo del mundo se manifiesta en nuestras voces.

Homero Carvalho Oliva, Bolivia, 1957, escritor y poeta, ha obtenido múltiples premios de cuento, poesía, novela y microrrelato a nivel nacional e internacional. Su obra literaria ha sido publicada en otros países y traducida a varios idiomas; sus poemas y cuentos están incluido en más de cincuenta antologías internacionales; es autor de antologías de poesía, cuentos y microcuentos publicadas en muchos países.

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